miércoles, 12 de noviembre de 2008

EFECTOS PSICOSOCIALES

Efectos psicosociales.

En este sentido, nos referimos a la relación mujer – varón, pero también a los vínculos que se vuelven fuertemente asimétricos entre adulto – menor, profesional – consultante, jefe – empleada, docente – alumna, etc. Son violencias cotidianas que se ejercen en los ámbitos por los que transitamos día a día: los lugares de trabajo, educación, salud, recreación, la calle, la propia casa. Se expresan de múltiples formas; producen sufrimientos, daño físico y psicológico. Sus efectos se pueden manifestar a corto, medianos y largo plazo, y constituyen riesgos para la salud física y mental.

Uno de los principales efectos de las violencias cotidianas contra las mujeres es la deposición y el quebrantamiento de la identidad que las constituyen como sujetos. L a violencia transgrede un orden que se supone que debe existir en las relaciones humanas.

Se impone como un comportamiento vincular coercitivo, irracional, opuesto a un vinculo reflexivo que prioriza la palabra y los efectos que impiden la violencia. Es una estrategia de poder, aclara Puget(1990), que imposibilita pensar y que coacciona a un nuevo orden de sometimiento a través de la intimidación y la imposición que transgrede la autonomía y la libertad del otro. En este sentido, Aulagnier (1975) dice que la violencia es la alineación del pensamiento de un sujeto por el deseo y el poder de quien impone esa violencia. Ese sujeto busca someter la capacidad de pensar de quien violenta imposibilitándole, muchas veces, la toma de conciencia de su sometimiento.

Uno de los efectos más traumáticos producto de la violencia y estudiado por la psicología, y el psicoanálisis y los estudios de género es el fenómeno de la destrucción psíquica: perturba los aparatos perceptual y psicomotor, la capacidad de raciocinio y los recursos emocionales de las personas agredidas impidiéndoles, en ocasiones, reaccionar adecuadamente al ataque(Velázquez, 1996).

La cuestión de la intencionalidad.

Si le preguntamos a cualquier persona que ha ejercido la violencia, aun la más extrema o dañina, si su objetivo era ocasionar el daño que causo, muy habitualmente la respuesta será: no. Para el agresor, la intencionalidad de la violencia de la violencia nunca queda conectada con producir el daño que realmente produce. No vincular la intención al daño permite a quienes maltratan no asumir que su conducta es violenta y, por lo tanto, no aceptar responsabilidad en la destrucción emocional o física que generan.

Como pasaremos a ver, esta operación defensiva de diseccion psicológica es una de las diversas operaciones que le permiten a los violentos separar sus actos tanto de las intenciones como de las consecuencias. Es por otra parte, solo uno de los muchos procedimientos que tanto los individuos como el conjunto social realizan para sostener y hacer más aceptable la violencia.

La intencionalidad, siempre presente en los actos violentos, se vincula al ejercicio del poder. El objetivo de retener por medios violentos el poder sobre el otro es trasparente en aquellos tiranos que para mantenerse en el poder torturan a sus opositores. Es igualmente transparente cuando su marido tiránico, irritado ante el menor “incumplimiento” de su mujer, procede a destrozarla a golpes.

Sin embargo en muchas ocasiones las acciones violentas no presentan tal trasparencia y la “bondad” de los fines intentará justificarlas. Propósitos tales como “disciplinar”, “educar”, “ hacer entrar en razón, “poner limite”, proteger”, “tranquilizar”, en ocasiones serán intentos serios y en otras procurarán un “salvoconducto” para que el hecho violento sea considerado natural: un modo de actuar legitimo de acuerdo a las pautas culturales vigentes.

Lo que se observa en los discursos de los dictadores es muy similar a lo que ocurre con los hombres que ejercen la violencia domestica: cuando se los confronta con su conducta, todo ellos elevan inmediatamente el nivel de abstracción del discurso y pasan a hablar de paz y libertad o de la familia, el amor y la unidad. Se niegan sistemáticamente a hablar acerca de sus practicas y optan por decir generalidades y recurrir a conceptos generales, con los que todo el mundo esta supuestamente de acuerdo defensiva: salirse rápidamente del plano concreto del comportamiento y así no hacerse responsables de sus actos.

Hay una diferencia sustancial entre las personas violentas y aquellas otras que sólo tienen algunas conductas agresivas o tienen reacciones violentas ocasionalmente.

La diferencia basca consiste en la capacidad o no de reconocer tales conductas como violentas. Incluso, una vez concluido el incidente, son capaces de darse cuenta y pedir ayuda para solucionar sus problemas. Dicen “no por qué, pero cuando pasa tal cosa, pierdo el control y no me reconozco”, “me avergüenzo y me arrepiento de los ataques de ira que tengo”, ect. Los violentos no registran ni su comportamiento, ni el daño que causan.

Las personas violentas no registran la gravedad, ni asumen la responsabilidad de sus actos porque tienen incorporados los patrones de la respuesta violenta como normales y naturales.

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